Se me hace raro escribir una novela lejos del mar. En lugar de eso una habitación con pocos muebles, casi diáfana, gris y destartalada. Un montón de cables se aferran a mí como si fuesen raíces, como si mis venas no fuesen suficientes. Afluentes de un río de plástico made in Taiwan. Tubitos huecos que desembocaban en una maquina que se ideó en la India pero que acabó construyéndose en China.
Alli se fabrica todo. Los inventores de la máquina eran dos ingenieros. Un estadounidense y un indio. El primero hijo de una familia acomodada de la ciudad del motor, había decidido que terminar sus estudios en la India era una oportunidad para sacar más partido a su cuenta de Facebook, de Skype y a su propio curriculum. El otro de una familia muy pobre. Se había criado en una pequeña aldea junto a un río color chocolate. Cuando era pequeño su hermana enfermó. No duró mucho. Hicieron todo lo que se puede hacer en un lugar sin electricidad. Uno con mucha humedad, mosquitos e infectado de tigres hambrientos. El chamán lo intentó de todas las formas posibles. Fue imposible. Tiraron al río su cadaver envuelto en un sudario de flores blancas. Aquello fue el detonante para que Aashish tomase la decisión correcta. Sus padres no pudieron permitirse pagar su estancia en la capital, con lo que tuvo que descartar la medicina como opción. Tuvo que conformarse con una ingeniería.
Y aquí está su máquina encendida, funcionando. La que me alarga no sé qué exactamente. Debería darles las gracias y no sé cómo hacerlo. Siempre he seguido de cerca los avances tecnológicos en el campo de la medicina. Pero desde luego este se lleva la palma. Que alegría me contagia pensar que se va progresando para curar enfermedades antes intratables. A cuántas personas les cambiará la vida o les salvará de la muerte este avance o el de más allá. Jamás piensas que tú puedes ser una de esas personas. Jamás.
Me pregunto cual de los dos decidió la frecuencia con la que emite su pitido latente. Me pregunto si se trató de una decisión conjunta o deliberada. Lo mismo el sonido es obligatorio por alguna normativa internacional. El caso es que pita, que tiene varios indicadores de luz y una pantalla a la que no me alcanza la vista desde este lado de la cama. Tendría que levantarme y no tengo ganas.
Ojalá leucemia fuese el modelo de un súper deportivo. Pero no de uno cualquiera, sino de uno exclusivo con llantas de aleación y el último grito en tecnología punta. Uno de una serie limitada. Si tienes un deportivo caro puedes despertar en los demás sentimientos de admiración, alegría y envidia en casos extremos.
Pena… Eso es lo único que se despierta en los demás con el actual significado de la palabra. Te miran con una disimulada empatía. Y tu sonríes con una alegría también fingida. Y te permites el lujo de hacer chascarrillos. -Si no pudo conmigo mi jefe… va a poder esto, ¡vamos! ¡sólo faltaba! Piensas que te vas a poner bueno, te vuelves optimista y los demás ven que te mueres con unas ganas de vivir antes disfrazadas de rutina y problemas. Vas perdiendo peso. Sientes que tu cuerpo se ha oxidado, quema, escuece, duele. Está prohibido tener móviles y la atmósfera está controlada para evitar lo inevitable. Que un elemento microscópico se cuele en mi organismo y germine como si me hubiese comido diez sacos de abono para plantas. Soy una maceta plastificada para que nada malo germine en mí. Y el plástico es de mala calidad.
Si alguien está leyendo esto que saque al mercado el modelo Leucemia de un súper-deportivo. Si puede que destine parte de los beneficios a alguna fundación contra el cáncer. Espero que sea tan famoso que cuando alguien te diga que tiene un Leucemia haya un resquicio para la duda o incluso el sentimiento que despierte sea alegre y envidioso. Ojalá algún anciano cuente a su nieto que el nombre de ese coche viene del de una enfermedad erradicada y olvidada. ¡Ojalá!
Quería comerme el mundo y sin embargo no pasé de los entrantes. Alguien decidió que era el momento de levantarse de la mesa. Y mira que mi padre me dijo veces que no me levantase hasta que el último comensal hubiese terminado el último bocado. Donde quiera que esté, espero que me perdone.