El sol de mediodía.

Hoy no han dejado de gritar en la oficina. Todo el mundo defendiendo su barreño como buitres.

En el palacio de los deportes hay unas escaleras donde no se escuchan. Solo la gente pasar. Y hoy ademas hace un sol muy agradable.

Y una paloma juega a esquivar pies para picar algo que hay pegado en la acera. Creo que dulce dehelado de chocolate estrellado sobre particulas de galleta pisada sobre lecho de cemento. Imagino el disgusto del niño que debió pasar por aquí hace no mucho.

Las emociones debían ser como las leyes de la termodinámica. La tristeza infantil era ahora felicidad y deleite para unas cuantas palomas de ciudad. Las emociones no se crean ni se destruyen, se convierten.

Vuelta al escenario. La funcion continua. Y con ella los gritos, razón de mi triste nomina de la alcarria con patatas a la importancia. Pocos ceros en su aderezo y sosa para mi gusto. Deleite de algún pájaro gordo y trajeado que se relame desde la ultima planta del edificio de oficinas.

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Feliz día de San Jordi para algunos San Jorge para otros.

No tengas hijos, ni tampoco smartphone.

Las tardes grises suelen ir firmadas por la lluvia.

Cuando llegué a casa abandoné los zapatos mojados a la entrada. Continué descalza por el pasillo y me puse una toalla el pelo que estaba chorreando. Dejé el resto de mi ropa en una silla junto a la estufa para que se secara y me puse mi pijama de vacas.

Había sido un día complicado lleno de pacientes y de impacientes. Otra vez pollo en el menú. Otra vez la señora Carmen y su curioso anecdotario. Y otra vez su marido empeñado en no entender como su sobrepeso era el origen de todos sus males. Había revisado el ordenador por la mañana y el recuento de bajas no era para nada alentador después de varios días apartada del trabajo por semana santa. Muchas llamadas, reuniones y una agenda muy saturada. Para nada novedoso.

Al llegar a casa siguió el teléfono sonando y vibrando. Cuando no un correo, un whatsapp, cuando no un comentario en Facebook. El mundo se había puesto de acuerdo para no dejarme descansar, para no dejarme respirar. Todos conspirando sin saberlo contra mi paciencia. El que diseñó las redes sociales no pensó en esto. Un complot improvisado y continuo. Diario.

Nadie merecía que lo mandase a freír espárragos y sin embargo todos un poco contribuían sin saberlo a alentar esa idea tan poco descabellada cuando lo que precisamente es paciencia lo que una no tiene. Necesitaba descansar, escuchar música y subir los pies encima del sofá. El silencio de del propio silencio. Si acaso el susurro del agua en los cristales. Si acaso el viento inconstante en el alféizar. El titilar de una estrella lejana. Y soy paciente para con las personas, pero tengo un limite y estaba A punto de alcanzarlo.

Parecía que nadie comprendiese que lo que verdaderamente necesitaba era escuchar mi respiración, sentir mis latidos, mi ruido al tragar una taza de algo caliente o el crujir de unas patatas fritas. No necesitaba a mi madre para ponerme la cabeza como un bombo con historias acerca de nuestra familia de Valladolid, la ultima fechoría del jefe de estudios o la explicación detallada de la conversación con mi hermano de este mediodía. -Hay que ver que cosas tiene tu hermano, hija, hay que ver. Mira que presentarse sin avisar… y ¡ahora!, ¿Como vamos a hace para cenar? Iba a preparar lo que te dije esta mañana, pero claro, si vienen no habrá para todos y… claro… no sé… Ay Dios mío…! No se como lo voy a hacer. -Mama no te preocupes, verás como todo sale a pedir de boca. ¿No estamos en España? ¡Pues tapas para todos! Se ponen en el centro y que vayan picando. Madre, no se me agobie, y déjeme a mí en la cocina, vaya preparando la mesa y cálmese, que al final saldrá todo bien. -A veces pienso que no se que iba a hacer sin ti, hija mía.- decía mientras salía por la puerta en dirección a la cocina.

Cocinar me relaja la mayoría de las veces. Mi madre me deja hacer y yo, pues eso; hago. Pero esta vez no tenía ganas de nada. Ni de mí tenía ganas.

Sola quería repasar los canales de la tele. Sin mirarla realmente. Sin pensarla si quiera. Sola quería dormir. No tenía ganas de escuchar las preocupaciones cotidianas de nadie. Y nada de preguntas escabrosas, nada de suplicas reiterativas, nada de promesas, ni de cuentos, ni de historias. Nada. Solamente estar sola.

Pero por mas que lo deseé no se cumplió mi deseo. Los mensajitos llegaban en tropel anunciados por aquel sonido que una vez pensé hasta gracioso. Estaba cansada y me dolían los pies. Poco a poco iba cerrando los ojos y aflojando el pulgar. La muñeca iba cediendo despacio. Y la oscuridad seductora hizo el resto. Para cuando el teléfono se estrelló contra el suelo yo estaba tan dormida que ni lo sentí. Y sólo el sueño, al fin, trajo la calma.

Niño con zapatos nuevos

Empieza una nueva etapa. Es hora de evolucionar. Nuevo horizontes. Nuevas perspectivas.

Ahora exigencias tiene motor nuevo. WordPress moverá este espacio. Igualmente estrenamos carrocería, dominios nuevos.

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La muchacha y el pincel prodigioso

nubes

Estaba al borde del precipicio. Las nubes debajo de sus pies no dejaban ver al otro lado, más abajo. Soplaba un viento feroz. Estaba muerta de miedo. Era un querer y un no poder. Era una puerta de madera sin ojo ni llave. Todas las tardes iba al borde del precipicio pero ninguna saltaba realmente. Siempre encontraba alguna excusa en su interior para no hacerlo. Buscaba algo en sus bolsillos para entretenerse. Miraba su perfil olvidado en una red social, preparaba la lista de la compra, o llamaba a alguna amiga. Poco a poco fue olvidando el motivo original que la llevaba todas las tardes a aquel lugar. Sus quehaceres fueron arrebatándole el motivo y con él, su pasión por volar. Con lo que ella había sido. Con lo que le gustaba a ella saltar. Al final la pudo el miedo.

roca

De pequeña disfrutaba con aquello. Le encantaba perderse entre aquellos colores. Le encantaba ir dejando sobre el papel las huellas de aquellos pinceles, lápices y ceras de colores. Disfrutaba con la armonía y el orden no establecido de los trazos fruto de su interior, fruto de su imaginación, de su creatividad. Aquel cosquilleo que recorría su cuerpo en cada ir y venir de su mano. El ruidito del pincel contra el lienzo desnudo. El aroma de aquellos tarritos que trataban a la luz cada uno de diferente manera, dejando al iris una sola frecuencia de onda, o ninguna de ellas o todas a la vez, era embriagador. Correr por el pasillo con su obra terminada aún fresca buscando alguna explosión de halagos de algún adulto ensimismado.

flor

El paso del tiempo dejó aquellas obras de arte en un cajón de un mueble antiguo del salón de la casa de sus padres. Durante muchos años dos viejitos las miraron en las tardes de lluvia. Comisarios de una exposición tan exclusiva que sólo ellos mismos eran dignos de tal explosión de formas y colores.

no

Aquel día se había topado porque así lo quiso el destino con todo lo necesario para el salto. Unas zapatillas nuevas y una cinta para el pelo. Sonrió un instante y me miró. Quedé impresionado por aquel lugar tan alto. Estaba claro que no estaba cómodo en aquel lugar. Me despisté un instante con un ave que desafiaba al viento y cuando volví a mirar ya no estaba. Había saltado. Las nubes de abajo habían devorado su figura y el silencio se adueñó del valle. El viento quiso devolverme su cinta plateada. Supe entonces que ella estaba bien. Regresé al coche ante la inminente oscuridad. Volví a casa y cerré con llave, como siempre.

olvido

Fui recibiendo sus progresos de diferentes maneras. A veces en medio del proceso creativo, otras como una obra terminada. Me había convertido en aquel adulto al otro lado del pasillo que explotaba de alegría viendo las obras de aquella muchacha. Y pintó y pintó y siguió pintando. Tal y como ella apuntaba a menudo, no era experta conocedora de las técnicas, pero estaba claro que aquel era sin lugar a dudas, su medio. Y como tal, se movía por él como pez en el agua. A veces por encargo para alegrar alguna habitación infantil, otras para liberar su tensión diaria acumulada y otras, las más, por puro placer.

Bicicleta

Y sí. Ahora sí. Ya tenía el valor necesario para creer en aquello que hacía. Y era incluso capaz de envolverlo y regalárselo a sus incondicionales. Ventanas improvisadas en una pared para dejar volar la imaginación del observador. Para dar el salto apoyándose en el marco. Y no me refiero a uno cualquiera, no. Estoy hablando del salto perfecto.