…recuerdo que ese martes no había pegado ojo. Era el último de una serie de días de insomnio programados. Era el último capitulo de la serie murcielagos a la caza del mosquito tigre.
La mañana empezó accidentada. Casi atropellan a un ser inerte y sin rumbo fijo y los únicos besos que sonaron en un principio, fueron los de dos coches en un semáforo. No aparecía, así que me aseguré un sitio al sol para esperar a la artista.
La artista tiene la frescura y belleza que da la juventud y un baúl con cientos de cosas interesantes. En su interior hay poemas, hay fragmentos, hay electricidad, magnetismo, en sus manos las marcas de su pasión por plasmar todo aquello que atrapa cuando sueña despierta o dormida.
En la escuela los artistas aprenden las técnicas que les permitirán dejar fluir el magma que llevan dentro, atraparlo o liberarlo, según se mire, para el deleite de todos o el suyo propio. Lo que quiero decir es que ya son artistas cuando llegan, cuando nacen, allí sólo aprenden a volar (requisito ante el que muchos seres son irreductibles, jejeje) a manejar complejas, antiguas y bellas técnicas de comunicación visual, sobre todo visual.
hubo al principio miedo, vergüenza, admiración y preguntas. Después risas, confesiones, albariño y raciones de bichitos marinos en su salsa. Café central y regreso al hogar. Para ella el principio de una buena jornada; para mí, el broche final.