Mi impresora eligió mal día para morir. O tal vez yo, elegí mal día para imprimir. El ultimo día de plazo…
De camino me alcanzo la lluvia y los nervios y la incapacidad verbal mi atuendo en toda la velada. Sus ojos verdes podían clavarse cual flecha certera en tu alma, eclipsar su belleza a la de una princesa de las que narran los cuentos infantiles o hacer enmudecer al poeta mas elocuente. Sus cabellos derramaban improvisados tirabuzones sobre sus hombros y su boca era el fuego que necesitas en invierno y el hielo salvador en una calurosa tarde de verano.
Intente no parecer patético, mas el camino hacia mi cabeza estaba cerrado y dos bigardos flanqueaban la entrada. Mi estómago, igualmente cerrado. Si no que se lo digan a aquel croisant vegetal XXL. Me tuvieron que ayudar a terminar eso y la mayoría de mis frases.
No entregue la carta ni las flores. Aquella muchacha ya tenia su peli, patatas y refresco para las tardes de los sábados; y su diván; y su ajuar; y… en definitiva, el futuro que quería para sí. Y, además creo que lo que menos necesitaba era un Indiana Jones ido a menos, como yo. Por eso deje las cosas en su sitio. Es lo mejor que se puede hacer en estos casos. El resto se lo dejo al tiempo y al viento. Suelen poner siempre las cosas en su sitio. 😉
Haré mi comentario… ¿De quién está hablando usted?
Me perdí ya en lo de Aranjuez…