Recuerdo aquel verano como si fuese ayer. El agua se refleja en mi mente y puedo percibir el olor a azahar.
Era una tarde calurosa en el centro de una urbanización junto al mar, con cúpulas blancas y redondeadas salpicadas de palmeras y extrañas flores robadas de algún paraíso tropical. Un simulador de Marruecos acomodado bajo nuestros pies.
En aquella época los teléfonos estaban unidos a la pared por un cable. Las cámaras de fotos no reproducían Mp3. La palabra digital sólo se usaba para aquellos relojes de pulsera con los que cronometrar el el batir de las alas de una mosca.
Eran otros tiempos…
Estaba perdido, acababa de llegar al paraíso y no conocía a nadie. Duró poco mi solidad. A medida que pasan los días, coinciden en los claros de vegetación adoquinados gentes en igualdad de condiciones. Solas y aburridas.
Recuerdo a las vecinas del número 95, a los primos leperos que viajaban con una belleza onubense cuyo nombre recordar no puedo, más sí su mirada verde y su pelo negro. Piernas brillantes, piel oscura. Era la hermana de uno de ellos. Antonio, creo. Jamás volví a saber nada de ellos. María Antonia… no sé.
Al otro lado se estaba casi estableciendo un grupo organizado. Lorena era una lugareña que se pasaba por la urbanización con tiques de baño gratis. Nacho perseguía sus encantos, haciendo más ruido que otra cosa, para robarle un beso o vete tú a saber.
Cuando no tienes nada que hacer puedes buscar formas de vida en la piscina, dormir y comer a mesa puesta. No hay preocupaciones. Allí estaba yo al tercer día, aburrido ante el ecosistema marino inerte, inspeccionando el fondo de la piscina buscando defectos en la estructura, algún azulejillo azul olvidado, tesoros sumergidos o alguna corriente peligrosa absorbe-intestinos. Por aquella época estaba en los bares la historia de un bebé al que la depuradora asesina le había absorbido desde una rejilla del fondo de una piscina en Mallorca todo el intestino, con resultado de muerte. Nunca llegué a saber si en realidad ocurrió algo así o si era una advertencia de mis padres para que nos mantuviésemos alejados de cualquier orificio en el fondo de una balsa de agua artificial.
Sólo puedo decir que aquel verano conocí a alguien que se instaló en mi corazón. El cielo era azul y parecía no importar nada. Aquel verano conectamos unos cuantos. Algunas de aquellas conexiones aún duran. Yo personalmente conservo una conexión. El resto están perdidas o latentes, mas recordarlas aviva el espíritu con recuerdos alegres.
Nacho, no se te ocurra acercarte por los agujeros de las… y tampoco me olvides. A veces a los hermanos no te los trae la cigüeña, te los encuentras en el camino.
Un abrazo.
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